miércoles, 23 de marzo de 2011

Secrets - Capítulo 1

Primavera
Según Monique

Estaba jugueteando con mis dedos mientras paseaba sobre el jardín. No me era permitido salir muy a menudo del castillo, así que ésta era la única manera de disfrutar del mundo exterior. Por supuesto jamás había salido más allá de los muros.
Caminé por entre las flores, nerviosa. Mi padre no estaba en muy buenas condiciones de salud ni tampoco en buenas manos. Ese consejero me daba mala pinta, y no tenia idea de cómo había llegado a ser el preferido de papá.
- Hola, princesa Monique – me saludó el jardinero Warner en medio del trabajo. Yo le di mi predilecta sonrisa falsa. Era guapo, y en algún momento me había llegado a gustar, pero eso había sido hacia mucho - ¿Cómo se encuentra hoy?
- Te he dicho que me llames tan solo Monique. – miré para todos lados, inquieta – Nunca me gustaron mucho las formalidades.
- Como usted… digo, como quieras – sonrió de lado. – ¿Ésta usted bien? Parece algo tensa. – no le respondí, ya que había visto pasar al consejero, que nunca se alejaba de papá, entre las flores al lado más oscuro del jardín.
- Eh… debo irme, Warner. Disfruta del día. – comencé a seguir al consejero.
- Usted también… princesa Monique. – escuché a lo lejos.
El sector más oscuro del jardín era un bosque espeso y lleno de plantas.
El hombre siguió caminando sin notar mi presencia, hasta que se detuvo en el corazón de la floresta. Yo me quedé atrás, con un árbol tapándome. Con una gran vista de la escena, me apuré en escuchar.
Luego de unos minutos, otro hombre apareció de la nada. Era tan corpulento que me encogí de terror, pero al parecer al consejero no le sorprendió en absoluto.
- Llegas tarde – dijo el funcionario, controlando su reloj.
- Tengo lo que quieres – el extraño sacó una bolsa del bolsillo de su abrigo, que contenía un polvo rojizo. Fruncí el ceño.
- ¿Estás seguro de que es efectivo? – se intercambiaron de bolsas, el ministro le dio una con dinero. El desconocido asintió.
- Lo probé con conejos. A los meses ya estaban todos muertos. – revisó su bolsa.
- No es para un conejo, es para un rey. – palidecí y tuve ganas de vomitar, pero permanecí allí. 
- Ya lo sé. Si es para humanos, el efecto tardará más.
- ¿Cómo cuanto?
- Para la próxima primavera ese rey estará frito.
- Perfecto.
- Pediste mucho incluso para una persona. ¿Tienes a alguien más en mente?
- Bueno, debo deshacerme de toda la familia real. – el otro hombre tosió.
- ¿También planeas envenenar a la hija? – parecía asqueado. Yo ya no podía respirar.
- No te pongas sentimental. Será nuestro pequeño secreto. Ahora vete. No requeriré tus servicios otra vez. Disfruta tu recompensa.
- No creo que pueda – dijo, y se largó. El consejero pasó por delante de mí, pero no me vio.
Cuando estuve segura de que se había ido, caminé sin rumbo fijo, con la vista perdida. Sabía que mi deber era volver y avisar a las autoridades, pero estaba segura de que me diagnosticarían demencia.
De tanto caminar, mis pies se volvieron torpes, y faltó tiempo en cuanto tropecé en un poso. Caí de golpe. No me había dado cuenta que era tan profundo. Me golpeé la cabeza, y dolió muchísimo. Me sujeté la parte dañada con las manos y lloré, pensando en papá.

Desperté con lágrimas secas en el rostro, el pelo enmarañado y el vestido sucio. Me encontraba dentro de un pozo, y no tenia idea de cómo había llegado allí. Me acaricié la cara, frunciendo el ceño. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado hasta aquí? Pero la peor y más aterradora parte era que…
Ni siquiera recordaba mi propio nombre.
En eso estaba cuando escuché pasos, y voces que se me acercaban. Salí de allí, asustada.
Un hombre apareció, con los ojos abiertos desmesuradamente y con agitada respiración. Me miró directo a los ojos, como si no esperara que estuviera allí. Pareció perderse, ya que miró detrás de su hombro y corrió hacia mí. Me tomó de la mano, y sentí un cosquilleo que no recordaba sentir nunca. Pero si no recordaba quién era, ¿cómo podría estar completamente segura de que no lo había sentido antes? Quizá ese hombre me conociera. Era guapo, de cabello dorado, tez broncínea y ojos verdes.
- ¡Vamos! ¡Corre! – ordenó, y no tuve más remedio que obedecerle, ya que me tenia sujeta de la muñeca y me arrastraba con él.
Corrimos por todo el bosque, con voces detrás de nosotros que nos gritaban que paráramos. En donde se terminaban los árboles, había un camino de tierra. Él lo tomó, y juntos corrimos hacia un pueblo. Nos metimos dentro de un callejón, y recién allí, se sacudió la tierra, y me volvió a observar fijamente. Respiraba entrecortadamente por la carrera. Yo aguardé a que dijera algo. 
- ¿Te encuentras bien? – me preguntó. Yo asentí, asustada. - ¿Por qué rayos estabas ahí? Ya sabes que los campesinos no deben visitar los jardines del castillo.
- No lo sabia – ni siquiera era consciente de que estaba en los jardines de algún palacio. Frunció el ceño de pura confusión.
- ¿No lo sabias? Eso es… extraño. ¿Cómo te llamas? – dudé antes de contestar, preguntándome si debería mentirle. Pero decidí ser honesta.
- Eso tampoco lo sé.

Según Christopher

Me levanté sin muchos ánimos. Me revolví el cabello, y miré por la ventana. Las flores estaban radiantes, pero me hubiera gustado decir lo mismo de mí. Hacia dos semanas que no comía más que porquerías, ya que debido a mi falta de dinero, no podía costear un almuerzo decente.
Pero había decidido que esa mañana seria diferente. No me importaba cómo, conseguiría algo de comer. Y solo conocía una forma injusta de hacerlo.
Me vestí y me coloqué el bolso. Salí al pueblo y empecé a caminar hacia el castillo, inquieto. No me gustaba robar, no era mi estilo. Pero en tiempos de necesidad…
Tomé una vuelta y fui por el camino de tierra en el cual daba entrada gratis y sin vigilancia al palacio.
En cuanto llegué al bosque, me saqué el bolso y comencé a llenarlo de frutas. Me comí una o dos en el camino.
Si me descubrían, era hombre muerto.
Llegué a la parte más cercana a la fortaleza, con la cabeza gacha.
- ¿Christopher? ¿Pero qué demonios haces aquí? – me preguntó en susurros una voz conocida por detrás. Sonreí, y tiré a Warner del cuello para que se agachara. - ¿Tienes una idea de la estupidez que estás cometiendo? – me regañó.
- Sí, lo sé. Pero debes entenderlo Warner, tenia hambre – mi amigo apreció comprender.
- Aún así no deberías.
- Te prometo que será la última vez.
- Se supone que debería delatarte. Lárgate antes de que me arrepienta.
Hice caso de su orden y volví hacia el bosque. Cuando estaba entrando, un funcionario de cara estirada me vio y comenzó a gritarme.
Corrí, ya que a estas alturas era lo único que podía hacer. Sentía pasos detrás de mí, por lo que apuré la marcha. Era bueno que hubiera comido esas manzanas, sino no hubiera podido huir.
Ya casi llegando al camino de tierra, me encontré con una mujer. ¿Una mujer?
Era muy bonita, con el cabello castaño y ojos color chocolate. Su piel era tan pálida que me recordaba a la porcelana. No pude evitar mirarla a los ojos. Parecía asustada.
Entonces regresé a la realidad. Quienquiera que fuera, no podía estar allí, y yo tampoco. Por lo tanto, ambos tendríamos que correr.
- ¡Vamos! ¡Corre! – le ordené. Al ver que no reaccionaba, la sujeté de la mano, provocándome cosquilleos. Los ignoré y la arrastré por la fuerza hacia la salida.
Finalmente, nos escondimos en un callejón. Respiraba entrecortadamente debido a la carrera, pero lo bueno era que había salido vivo de la misión. Lo malo era que había tardado todo el día. Ya estaba oscureciendo.
- ¿Te encuentras bien? – no me había detenido a reparar en su estado. Asintió con temor - ¿Por qué rayos estabas ahí? Ya sabes que los campesinos no deben visitar los jardines del castillo.
- No lo sabia – bien, eso tenía que ser mentira. Cualquiera de aquí lo sabía. Fruncí el ceño, confundido.
- ¿No lo sabias? Eso es… extraño. – no encontraba otra palabra para describir la situación. Quizá era de otras ciudades. - ¿Cómo te llamas? – dudó.
- Eso tampoco lo sé. – abrí los ojos, y creo que también la boca.
- Eso es imposible. ¿Cómo que no lo sabes? – pareció algo intimidada ante mi forma de ser.
- Yo… yo… no recuerdo nada. Ni siquiera mi nombre. Tampoco como llegué hasta allí – parecía realmente sincera y desorientada.
- Mira, deseo ayudarte, pero… - pensé en mi humilde casa. No podría llevarla allí – No sé como. – me mordí el labio – Pero supongo que puedo darte algunos consejos. Nunca, nunca vuelvas a entrar allí. Es peligroso e ilegal – asintió, mientras se cruzaba de brazos y miraba hacia la calle – Tampoco te quedes sola de noche.
- La calle también es peligrosa – dijo, resumiendo lo que yo iba a decirle. Esta vez fui yo el que asintió – ¿Entonces donde estaré? No puedo estar en el palacio, pero tampoco en la calle. – me preguntó. No supe que responderle.
- En una casa. ¿Recuerdas donde vives, al menos? – negó con la cabeza. Yo exhalé, sin saber muy bien que hacer. No podía dejarla en la calle. Miles de posibilidades cruzaban por mi mente. Pero, ¿y si todo eso era un juego y ella era una ladrona? Decidí irme por la peor opción – Si quieres, puedes venir conmigo.
- ¿Estás seguro? – me preguntó con cautela. Yo la miré, como si ella estuviera ignorando lo obvio.
- Si estoy seguro o no, ese es mi problema – respondí. – Ven, antes de que se haga de noche. – me siguió sin comentar nada más.

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